Me hace caminar por terrenos que no conocía. Tengo frío, luego calor, luego vuelvo a tiritar. Me hace recordar mi infancia y luego resonarme en el resto, y seguir caminando, y seguir mirando el cielo, o a veces las hojas amarillas que parecen acompañarme cada vez que decido sentir nostalgia por una de esas tantas canciones. También se me ponen los pelos de punta, y tirito, pero ya no de frío; entonces finalmente sonrío y me dan ganas de andar en bicicleta… por la ciudad, entre las luces, o incluso me dan ganas de subir esa montaña que al parecer nunca me he atrevido a subir.
El brazo se me cansa de escribir, es que uno pierde la práctica luego de acostarse tantas veces con la cabeza llena de hojas sueltas, es que mil quinientas veces he pensado que es el camino el que importa, más que el producto, entonces muchas veces siento que escribir me cuesta… prefiero escuchar música… si… de esas canciones que te hacen viajar, y cuando regresas, se te ponen los pelos de punta… nuevamente. Entonces salgo de un lugar, y miro ese vaso, que siempre está lleno, entonces sonrío, o muchas veces sólo me dedico a caminar, porque si no me la creo yo, no se la cree nadie. Aquí es cuando pienso en dormir, pero cuando duermo pienso en despertar, y despierto pensando el doble, y tomo mucho desayuno.
Es que los días te traicionan, lo único que hacen es ponerse el disfraz de difícil, cuando de verdad suelen ser tan fáciles, como uno de esos cantautores; que te hablan difícil, y tocan difícil, pero de verdad… de verdad… su esencia es tan tan simple.
Y ahí despertar se pelea el trono con el dormir, y mi pasado que suele ser tan revisado quiere irse a descansar, y partir un futuro libre. Aquí es cuando sale el sol, y salgo a trotar, y me tomo un helado, y manejo por la calle, y mis audífonos no suenan tan mal, aunque, ahora mismo que llevo puesta una bufanda, pienso bien bien y creo que la ropa de invierno le pone un sabor particular al día, sobre todo los días sábados, porque con el domingo no… yo no me meto con los domingos porque son amargados y tienen mala voluntad, como esas señoras solteronas que lo único que hacen es recordar su juventud; aunque muchas veces pienso que podría mejorar, sobre todo si me gusta tanto salir a bailar, o caminar un buen rato, con un cigarro.
Entonces con tanta cosa en la cabeza, es difícil sentarse a mirar, como esos náufragos en islas solitarias con mensajes en botellas. Y ahí es cuando me relajo, y sonrío, y sigo sonriendo, porque es bonito crecer, y también es bonito besar en la frente y dejar ir, y acostumbrarse, y dejarse mimar y cuidar, y después llorar y tener la garganta despejada, porque así uno se ríe más fuerte y te escuchan más cuando hablas, y lo mejor de todo, es que te sonríen de vuelta.